jueves, 7 de julio de 2016

Himalaya

Éramos tan diferentes.
Pasados distintos, caminos desiguales, distintas marcas de vida.
Por un lado la tristeza que embargaba tus ojos, el desconsuelo y la negligencia.
Tus parpadeos lentos, tu somnolencia desmedida que parecía un eterno intento de escapar de la realidad.
Por otro lado, mi júbilo desmedido, mi sonrisa eterna y mis chistes espontáneos.
Mi incansable hiperactividad para procrastinar y mi positivismo como herramienta para hacerle creer al mundo que la vida no es tan mierda.
En efecto, no éramos el uno para el otro.
Estar contigo eran las vacaciones perfectas en el himalaya intentando escalar tus pechos fríos.
Tu mirada era una ventisca que congelaba mis ganas.
Tus manos frías, tus labios tiesos, tus brazos de hielo y yo derritiéndome.
Parecía perderme y quedarme atrapado como montañista en plena escala hasta la cumbre.
Porque en ocasiones el hielo no se deshace ni con el calor del sol, y es que eso era yo, un amante de los abrazos cálidos.
Era un completo artista calentando manos, pies e incluso labios.
Yo era un volcán activo al borde de la erupción que moría por incendiar tus glaciares, por evaporar tus barreras y perderme en tus avalanchas sentimentales.
Porque éramos tan diferentes, tan incompatibles, tan desconectados, y entre tantos accidentes del destino tu corrías con suerte, pues este fuego era amante de los días helados.

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